A medida que transcurren los días, son muchas las situaciones que se presentan en los centros educativos, unas positivas y otras no tanto.
A días de conmemorarse del sacrifico que realizó nuestro Maestro en aquel madero de cruz, son diversas las representaciones que se presentan en el mundo sobre este hecho tan magnífico.
Aún así, ¿qué tan presente tenemos aquel sacrifico en nuestra vida espiritual?. Tal vez te preguntes que relación tiene con la educación aquella pregunta, pero es sencillo: debemos demostrarle al mundo que el sacrifico de nuestro Señor Jesucristo no fue en vano, que entregó su vida por usted y por mí, y el lugar donde podemos demostrarlo, ya sea como estudiantes y/o docentes, es en los centros educativos.
No es fácil demostrar que somos cristianos, mucho menos seguir este camino santo. Quizás ya te has encontrado con más de algún “cristiano”, que tan sólo el nombre tiene (con todo respeto), que con su actuar tan sólo “pisotea el sacrifico de Cristo en aquella cruz” y más que demostrar amor, provoca rechazo en los demás y hace que el resto dude de los cristianos, llegando a preguntarte el por qué de la diferencia entre los evangélicos.
Más que predicar a voz en cuello en los lugares donde estudias, es importante iniciar predicando con el ejemplo, que el mundo observe que eres diferente, que el Maestro te ha enseñado bien y que aquel sacrificio y sufrimiento que padeció, fue por amor a todos nosotros.
Nuestro Señor Jesucristo es el más grande Maestro de la historia, nos enseñó por medio de parábolas y por el ejemplo. Tal vez no lleguemos jamás a igualar una pequeña parte de él, pero aún así, procuremos ser buenos estudiantes (y en mi caso docente), para que nuestro Maestro se sienta orgulloso, y ese sacrifico perfecto que realizó hace más de 2.000 años, no sea en vano.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.”
San Juan 3:16-18
Para Dios, honra y gloria.