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Alzaré mis ojos a los Montes

En tristes instancias el rey David debe huir al desierto; Lugar donde lleno de angustia expresaría uno de los salmos más conocidos: “Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?” (Salmos 121:1)

Muchos interpretan estas palabras como símbolo de los dioses paganos a los que el pueblo adoraba en los montes o naciones que se podrían encontrar detrás de ellos. Otros lo atribuyen al simple hecho de que David estaba escondido y veía en los montes tal majestuosidad que podría esperar de allí alguna ayuda.

Independiente de cada interpretación, lo maravilloso está en la respuesta que el mismo rey David se da; No olvidemos que el profeta Samuel su consejero y probablemente la figura espiritual que David tenía hasta ese entonces ya había fallecido. Quienes hemos vivido la partida de una figura como esta, ya sea un pastor, un anciano, un padre o algún ser amado en el cual siempre encontrábamos el consejo sabio y refugio espiritual podemos comprender el gran vacío que en el corazón del rey había quedado. Sumado a esto ahora tenía que lidiar con la traición de alguien perteneciente a su círculo más íntimo, su propio hijo quien deseaba usurpar el trono.

Cuando no hay a que aferrarse, ni a quien pedir consejo y mucho menos el abrazo cálido de un ser amado para encontrar refugio, es el momento en que es probado el verdadero carácter de un hijo de Dios; Los “montes” de nuestra vida desaparecen y lo único que abunda es la soledad del desierto… ¡Pero fue en esta prueba tan difícil que David expreso desde lo más profundo de su corazón: “Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra.” (Salmos 121:2) Aunque hoy usted no tenga en quien encontrar refugio, permítame decir que existe alguien que está por sobre los montes de los cuales usted espera la ayuda.

¡Dios es tan grande que fue quien creo los mismos cielos y la tierra! ¡Y está por encima de sus problemas! Desde lo más profundo de su corazón clamé a Él por la ayuda, ponga su vista en el blanco perfecto que es Cristo Jesús y encuentre en sus brazos el refugio necesario para su alma.

―Hebreos 12:1.2― “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. PUESTOS LOS OJOS EN JESÚS, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” Amén.

Hno. Jairo Valenzuela

 

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